Autor: Silvio Aristizábal Giraldo
Confundir envejecimiento y vejez, y asociar el envejecimiento únicamente con la vejez, son errores frecuentes no solo en “la gente del común”, sino también – lo que es aún más grave – en los responsables de diseñar las políticas públicas, quienes, como es apenas lógico suponer, deberían basar sus propuestas en distinciones conceptuales claras.
El diccionario de la Academia de la Lengua española define el envejecimiento como “acción y efecto de envejecer”. Vale decir que el concepto tiene dos significados: de una parte, el proceso y, de otra, el resultado de dicho proceso. El mismo diccionario de la Academia define la vejez como: “cualidad de viejo”; “edad senil, senectud”. La vejez, por tanto, es el resultado del proceso de envejecimiento. Infortunadamente, es notoria la confusión que se establece entre los dos términos. Haga usted, apreciado lector, el ejercicio de buscar en Internet la palabra envejecimiento y podrá comprobar que un elevado número de entradas se refiere a la vejez y, en general, a los mayores de 60 años. Incluso los documentos de los organismos nacionales e internacionales cuando hablan del envejecimiento, dejan la impresión de que el concepto es equivalente a vejez.
Pensar el envejecimiento como proceso – no únicamente como la etapa final de la vida – implica separar conceptos o categorías que tradicionalmente han sido analizados como si fueran sinónimos: envejecimiento “y” vejez. Si aceptamos que el envejecimiento es un proceso que comienza con la concepción y termina con la muerte, podemos, entonces, preguntar: ¿Por qué no hablar de envejecimiento “y” niñez?, ¿envejecimiento “y” juventud?, ¿envejecimiento “y” edad adulta? Y, por supuesto, “envejecimiento y vejez”, tomado el envejecimiento en la perspectiva del transcurso vital, es decir, de acuerdo con el principio de que vivir es envejecer.
Este cambio de paradigma, este “desnaturalizar” enunciados que se consideraban verdades absolutas, es tanto más urgente y necesario cuanto mayor es el desafío que enfrenta la humanidad por causa del envejecimiento poblacional. La revolución demográfica debida al control de los nacimientos, el aumento de la longevidad y el incremento de la población mayor de 60 años, constituyen retos sin precedentes para los estados, las sociedades y las familias.
Corresponde a la familia, a las instituciones escolares, en todos los niveles, y a los medios de comunicación asumir la tarea de informar y educar a las nuevas generaciones en la perspectiva de que vivirán más años que sus padres y abuelos, y, por tanto, deben prepararse para vivir en un mundo en el que la presencia de personas viejas es cada vez mayor.
De otra parte, las políticas gubernamentales sobre envejecimiento y vejez deberán ser diseñadas para responder a las necesidades de las personas viejas. Pero, igualmente, deberán estar orientadas a disminuir las injusticias e inequidades, con el fin de garantizar que los ciudadanos de todas las edades puedan vivir (envejecer) con dignidad, y tener una vejez en similares condiciones.